viernes, 25 de noviembre de 2016

Marcos Ana nos espera en la esquina de una estrella



En el año 2003 vivía en Madrid y nunca había oído hablar de Marcos Ana. Un amigo de Málaga, José Enrique Medina, fue a Madrid a hacer unos cursos en el CGPJ, seguro que algo relacionado con la jurisdicción social, ya que él es juez de lo Social. Me llamó para quedar a cenar y me dijo que nos acompañaría otro amigo suyo y que debíamos ir a recogerlo a su casa. Era un edificio de los antiguos y recuerdo que subimos las escaleras andando porque no funcionaba el ascensor. LLamamos a una puerta, la suya,  que aún conservaba,  y se utilizaba, la aldaba. Abrió casi de inmediato. Ya era mayor pero muy vital y sonriente, nos abrió y nos invitó a tomar una infusión. La casa, creo recordar, tenía uno o dos dormitorios, una pequeña cocina y un salón diminuto. No era suya, se la habían cedido. Nos la enseñó. En todas las habitaciones, absolutamente en todas, incluso en la cocina, había libros y montones de folios, de revistas y de periódicos. 
Me gustó nada más conocerlo y aún me impactó más cuando, después, en la cena, me contó su vida, porque José Enrique ya la conocía. Al contarla nunca le vi un gesto de odio o de amargura. Me contó, con voz serena, cuando pisó, después de veintitrés años en prisión, la calle; cómo era eso de respirar fuera de la cárcel; su incapacidad para adaptarse a una ciudad, Madrid, que había seguido una evolución que a él se la habían impedido; me contó la primera vez que estuvo con una mujer y cómo se enamoró rápidamente de ella y nos hablaba de Neruda y de Alberti como si fueran amigos nuestros también. José Enrique y yo no pudimos cenar, sólo lo mirábamos y lo escuchábamos y,  sin querer, las lágrimas nos chorreaban por la cara y él seguía contando cosas tremendas con total naturalidad, pero sobre todo, con una enorme sensibilidad. Ese era el gran rasgo de su personalidad: su sensibilidad.

Después, hablamos varias veces por teléfono y me dijo que le diera mi correo electrónico porque estaba aprendiendo a utilizarlo. Nos escribimos con frecuencia pero, desgraciadamente, sólo conservo estas dos cartas, las demás se perdieron en algún disco duro estropeado. En las cartas mandaba dibujos con muchos colores. Sus cartas, y sus palabras,  eran siempre terciopelo para el alma.







Años más tarde, cuando ya vivía en Málaga, él vino a dar una conferencia y, por supuesto, estuvimos acompañándole. La foto que aparece al inicio nos la hicimos con mi  amigo Alfonso Sell. También estaba José Enrique y muchos amigos más. Esa fue la última vez que le vi en persona, la próxima vez lo veré en la esquina de una estrella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario