domingo, 27 de noviembre de 2022

Viaje con nosotros

 

No me lo pensé. Había decidido viajar en noviembre, pero ¿dónde? Lejos, desde luego. Hay tanto por ver que no me decidía por ningún sitio en concreto. En Viajes de película me dijeron que iban a hacer uno a Chile, pero que salían dentro de unos días. Chile era uno de mis destinos idealizados, así que renové el pasaporte y preparé la maleta con ropa de todas las estaciones porque el recorrido era casi total en solo quince días.

La aerolínea chilena, Latam, nos trasladarían desde Madrid a Santiago, en catorce horas, en un avión ciclópeo. El grupo de Málaga tuvimos que esperar en el aeropuerto español bastantes horas y, cuando permitieron el embarque, nos apelotonamos en la puerta, sin tener en cuenta las colas que el resto de la gente aguardaba. Un chileno, un tanto enfadado, nos espetó: “¡hay que ver los españoles cómo son, no saben respetar los turnos!”, entonces, uno del grupo, le hizo la única pregunta que no se puede hacer en toda América Latina desde que, en 2007, se celebró la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado en la que participaban, entre otros, nuestro Emérito y Hugo Chávez; la pregunta era, lógicamente, “¿por qué no te callas?” El chileno lo miró de arriba abajo y con determinación entró en el túnel hacia el avión a la vez que decía: ¡a la mierda! Nadie replicó o, al menos, no lo oí.


Santiago de Chile es una capital en la que no viviría mucho tiempo pues concentra casi la mitad de toda la población del Estado, con enormes rascacielos, entre ellos, el Costanera, el más alto de toda América del Sur. Desde su piso sesenta y dos se ven Los Andes, que son una belleza constante en todo el país y, si bajamos la mirada, el Estadio Nacional, el Palacio de La Moneda, la plaza de Armas, Cerro de Santa Lucía, barrio Bellavista, La Chascona, una de las casas de Neruda etc.



En 1990 una mañana en un Juzgado Penal, Civil y de Registro Civil de Fuengirola recibí en mi despacho a una madre y a su hijo, ambos chilenos. Me contaron que llevaban algún tiempo intentando conseguir la nacionalidad española y que no sabían por qué no recibían contestación alguna. Llamé al funcionario encargado de la tramitación, nos explicó que estaba todo tramitado y remitido al Ministerio de Justicia y que el problema estaba en la Dirección General Del Registro y del Notariado ya que tardaba mucho en resolver. En toda mi vida profesional había tenido un funcionario más educado y respetuoso. Cuando salieron de mi despacho llamé  por teléfono al responsable de esa Dirección General del Ministerio. Nunca habían recibido ese expediente. Ese expediente, junto con otros muchos, lo hallé en los cajones del funcionario. Era un corrupto. Levanté acta de todo lo que fui encontrando. Fue juzgado y condenado. Terminó, creo, de concejal en Mijas.

Esa madre y su hijo, chilenos, vivían muy cerca de mi casa. Me los encontraba por las tardes paseando. Hablábamos con frecuencia. Hicimos amistad. Ana, la madre, era una señora muy culta, menuda y muy educada. Daniel, el hijo, ejercía de veterinario. Su padre había fallecido en Alemania. Se llamaba Daniel Vergara, subsecretario del Ministerio del Interior del gobierno de Allende. Con Allende estuvo en el Palacio de La Moneda hasta el último momento, cuando los bombardeos y el golpe de Estado de Richard Nixon y Pinochet. Después, fue detenido y trasladado, herido por bala, juntos a los altos cargos sobrevivientes, a la isla Dawson, situada en el extremo sur de Chile, justo en el Estrecho de Magallanes. Caminaron varios kilómetros entre la nieve— Daniel Vergara sangraba— hasta llegar a un campo de concentración, ideado y diseñado por un nazi escondido en Chile, Walter Rauff. De ese campo fueron sacados en mayo de 1974 por intercesión de la Cruz Roja Internacional y Daniel fue llevado a Alemania donde, al año, murió.

Recuerdo cómo Ana me enseñó unos dibujos a carboncillo de los barracones de ese campo. Nunca se me olvidarán.

Daniel, el hijo, en 1973, entonces estudiante, fue detenido y encarcelado en el Estadio Nacional. Ana me contó su desesperación porque sus dos seres queridos estaban desaparecidos y desconocía dónde podían estar, vivos o muertos. Además, me decía, ella no era mujer de joyas que tanto le habrían servido para sonsacar alguna información, del tipo que fuera.

Daniel, el hijo, fue transportado a un campo de concentración del norte, en el desierto de Atacama, Chacabuco, unas abandonadas viviendas salitreras rodeadas de un campo de minas antipersonales y que aún hoy se conservan. Jamás me ha contado nada de lo que vivió.

En mi viaje a Chile el guía nos explicó que esas minas están muy esparcidas por los fuertes vientos de la zona y que por ese motivo no se pueden desactivar. Vimos la zona acordonada, muy amplia, cerca de la frontera con Bolivia.





Visitamos Viña del Mar y Valparaíso. Por primera vez veo el océano Pacífico. No se puede pedir más: delante, el océano; detrás, la cordillera de los Andes. Pero sí, hay algo más: La Sebastiana, otra de las casas de Neruda, el trabajador de las palabras. En cada rincón está el alma del poeta sentado en la mesa comiendo con amigos, en la chimenea modernista leyendo, en el escritorio, en los mapas de América con anotaciones, en los zapatos y en la bata de Matilde Urrutia, en el cuadro/reloj del comedor cuyos componentes cambian de posición cada hora, en el caballo de madera…Pablo Neruda es mi padre poético tal como lo fue Walt Whitman para él y, por consiguiente, mi abuelo.



Desde Santiago cogimos avión a Puerto Montt y de allí a Puerto Varas, más de 1.000 km hacia el sur. Tierra de lagos y de los colonizadores alemanes. Enfocada al turismo, pero respetuoso con el medio ambiente. Enfrente de nuestro hotel, que parece un castillo, el lago Llanquihue que es como nuestro Mediterráneo, salvo por el clima frío y por los volcanes.


Muy temprano salimos para el Lago Todos los Santos, llamado así por los jesuitas. Solo pura naturaleza, reflejada en sus aguas esmeraldas, separan las dos únicas poblaciones; en una de ellas, Peulla, con 150 habitantes, a más de 300km de cualquier civilización, estuvo un tiempo el autor de Canto General, libro determinante sobre América.

Comimos en el pueblo, a mi lado lo hizo el guía que nos acompañaba. Se le preguntó qué pensaba de los conquistadores españoles y su respuesta fue que eran otros tiempos y se comprendía que actuaran con dureza con los nativos. Percibí que al ser españoles eludiera cualquier ofensa al respecto. Sin embargo, cuando cogimos el autobús de vuelta a Puerto Varas se explayó alabando a Pinochet al que consideraba uno de los mejores gobernantes de Chile. Dijo, con su cara de pánfilo, que no era un golpista, sino que el pueblo había reclamado su intervención militar. Alguien del grupo se levantó del asiento y reclamó. Ya no hubo más loas a Pinochet, aunque tampoco explicó nada más de ningún tema.

Un ermitaño vive desde hace más de 30 años en el bosque, su hijo fue un día a visitarlo y decidió también ser ermitaño, vive perdido en algún otro bosque. El ermitaño es una persona muy conocida por esos lares, vimos las vacas y ovejas que pactaban en el valle, así como su barca.

Palafitos, casas construidas con tejuelas de alerce, curanto (carne y pescado cocidos en un hoyo con piedras calientes), Iglesias coloridas con santos vestidos con ropas de mercadillo, eso y mucho más es la isla de Chiloé y las más de mil islas que la rodean. Una guía, oriunda de Frutillar, con rasgos mapuches y muy inteligente nos contó que en el archipiélago vivían, desde tiempos prehistóricos hasta el siglo XVIII, los Chonos, indígenas hoy desaparecidos. Eran los dioses del mar y por las aguas bravas se movían con una barca (dalca) construida con tres tablas atadas con tiras de cuero de lobos marinos. Vivian del mar y carecían del sentido de la propiedad de la tierra. No concebían un lindero o un amojonamiento porque el mar no tiene deslindes artificiales. Se adentraban en el bosque solo los meses de invierno para protegerse de los temporales. Cuando los conquistadores se establecieron en esas zonas, los “civilizaron” y murieron de enfermedades nuevas que sus cuerpos no supieron combatir.




 De Puerto Montt cogimos un vuelo a Punta Arenas y un bus hasta Puerto Natales. 3.500 Km hacia el sur. Es la ruta del fin del mundo.

Han pasado los días y, con tanto trasiego, la maleta está aún sin deshacer, preparo la ropa adecuada del día a día e intento dormir rápido para estar descansada al amanecer. La más abrigada será la que me ponga y aún más si la hubiese llevado. Por eso visito las tiendas de artesanía con el objetivo de comprar gorros y bufandas. En una de ellas entablo una larga conversación con una mujer que trabaja la lana de oveja merina. Le compro un gorro. Me pregunta que de dónde soy y yo le hago la misma pregunta, me dice que toda su vida había vivido en estas tierras frías; Se nota en su piel cuarteada. Me indica que peor era cuando, de pequeña tenía que andar 5 Km diarios para ir a la escuela ya que sus padres eran trabajadores del campo. Le digo que yo también, cuando era pequeña, viva lejos del pueblo y tenía que ir andando y con frío a la escuela. Nos miramos con hermandad, como si hubiéramos ido juntas a la misma escuela.





Cuando íbamos en dirección al parque Torres del Peine, declarado reserva mundial de la biosfera, vimos el Estrecho de Magallanes. Emociona imaginarse a los marinos de la expedición española, valientes y agotados, ir descubriendo poco a poco ese paso natural entre los océanos Atlántico y Pacífico, en 1520.  Descansaron en unas tierras donde los indígenas eran altos y fuertes, los patagones (“pie grande”). Cinco naves partieron de España, de las cuales perdieron tres y una que desertó. A España solo volvió, en 1522, la Victoria capitaneada por Juan Sebastián Elcano, repleta de especias. Magallanes muere un año antes.





Ha llegado el momento de arreglar la maleta, planto la ropa de invierno en la parte baja, la de primavera y verano en la de arriba. Volamos a Santiago de Chile y después a Calama. Total, unos 4.500 Km hacia el norte. El grupo perfectamente consolidado bromea y canta a cada momento la canción de Gurruchaga, Viaje con nosotros. Parecía como si hubiéramos estado toda la vida viajando juntos. Yesus, un estupendo actor malagueño, nos alivia los tedios en los aeropuertos y las largas travesías en bus repartiendo humor en todos los momentos. Gustavo, el de la agencia de viajes, nos ofrece la conversación que cada uno necesita y resuelve los pequeños problemas que se presentan.

Desde la carretera de Calama a San Pedro de Atacama se ven las casas de los mineros del cobre, humildes y muy numerosas. Habría que compararlas con las de los propietarios de las concesiones mineras.





El desierto de Atacama sobrecoge. No hay palabras para describir tanta naturaleza muerta que, sin embargo, es fuente de riqueza ya no por las minas de cobre sino también por el litio, hierro, sales, oro y plata.

La meseta del altiplano, a 4.500 m. de altitud, de vértigo, que se soslaya mascando hojas de coca. Manadas de guanacos se ven de norte a sur recorriendo tierras interminables. Las alpacas, con su cara de despiste, se emboban con los coches que pasan por la carretera o, simplemente, mirando los lejanos paisajes andinos.



En San Pedro entré en una tienda atendida por una mujer con una larga trenza negra y un bebé dormido en la espalda, recogido con un pañuelo anudado. Le pregunté si tenía tejidos de alpaca, me mostró varios, pero el que más me gustó fue un chal amarillo. “¿Es seguro que es de alpaca?”, le pregunté. “Claro, y de la mejor porque es de alpaca bebé, la más suave”, me contestó. Le pagué 20.000 pesos y me lo puse para la cena de despedida del viaje. Algunas compañeras lo celebraron y les indiqué la tienda exactamente. “¡es precioso y está muy bien de precio!”, me decían. Al día siguiente, desfilaron por ella y salieron todas con un chal.

Ahora, mientras deshago la maleta en Málaga, acaricio la suavidad del tejido y observo que, recosido en un pespunte hay una pequeña etiqueta adherida que dice: 100% viscosa, made in China. Recordé lo que me contó mi compañera de escuela de Puerto Natales: “a los artesanos nos cuesta mucho adquirir materias primas, como lana merino o alpaca, porque las multinacionales de la moda se han apropiado de la explotación”.