No hace tantos años que conozco a Isabel Pérez Montalbán, no más de diez, aunque llevo leyendo su poesía desde casi siempre, de modo que, antes de conocerla personalmente, ya la conocía. Había leído de ella No es precisa la muerte, Puente levadizo y Cartas de amor de un comunista, además, había asistido como espectadora a presentaciones y lecturas de Los muertos nómadas con el que logró el Premio Leonor de Poesía de Soria, en 2001. Después, publicó Siberia propia, Animal ma non troppo y Un cadáver lleno de mundo. Cuando Visor publicó su antología, El frío proletario, ya contaba desde hacía algún tiempo, como decía Luís Rosales, con su amistad como parte de mis bienes gananciales. Isabel no sólo es mi amiga, es también mi maestra, con ella he aprendido casi todo lo que sé sobre poesía. Como poeta es sobradamente conocida y reconocida y no sólo en España; en Francia, por ejemplo, la universidad se ha interesado y ha estudiado su poesía.
Desde siempre me llamó la atención el realismo extremo de sus poemas, su compromiso intenso y exacerbado con la sociedad que le rodeaba, quizás, porque nadie mejor que ella conocía y sufría las consecuencias de vivir en una comunidad llena de injusticias. Nacer no significa vivir, tener unos padres que te apopen y protejan frente a los atacantes, si es que los hay, en el ámbito que te rodea. Nacer, a veces, es intentar simplemente sobrevivir y ella lo hizo de la forma más bella, acudió a la literatura desde sus primeros años aunque, a veces, las literaturas con sus metáforas y demás figuras retóricas sean una emboscada, es la forma más hermosa de evasión y ella cuenta que, desde los 6 años, comenzó a escribir y soñaba con ser escritora. Solapó, de esa lúcida manera, el mundo que tan bien describe en Vikinga, con el que ganó este año el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, libro que tengo el honor de presentar hoy.
Pero si la infancia suya fue brutal, después ha sufrido en sus carnes, durante toda su vida, la exclusión de un trabajo normalizado, de una nómina, de un estar de alta en la Seguridad Social, de un sueldo digno, de un trabajo estable en lógica consonancia con su alta preparación profesional e intelectual. Y en esa lucha se encuentra aún. Isabel no ha agachado la cabeza nunca ante ninguna Institución, todo lo contrario, ha expresado claro y contundente lo que ha pensado y eso, desgraciadamente, tiene su importe. Yo he sido testigo de su carácter independiente y libre, no hace muchos días, con el actual Centro Andaluz del Libro, y esa actitud tiene su precio, pero ella no está en ese mercado de valores, lo deja bien claro en sus poemas y, así, inicia el libro con una cita de Wislawa Szymborska: “Creo en el hombre que hará el descubrimiento. Creo en el terror del hombre que hará el descubrimiento”.
El libro Vikinga consta de tres partes: El alma de la viga, Bellum in ómnibus y plano contraplano. Ya los títulos tienen una belleza fuera de lo común.
El alma de la viga, — según
una nota que le acompaña—, es un una expresión arquitectónica y son unos poemas
autobiográficos que pretenden mostrar su resistencia frente a la adversidad. Veamos
algunos ejemplos: el poema Doméstica
violencia termina con los siguientes versos:
…La casa, nunca hogar: palacio
estercolero, / reserva natural de esos parientes jíbaros/ que reducen la
infancia a corazón de bonsái.
En
el poema Hija expósita recoge:
…Porque arriba en el puente, alma yo de
la viga, / yo: piojo sin ninguna garantía/ de crecer en cristiano y enlucir/ de
estuco, terciopelo y arabescos/ el tabique y la viga de un hogar…
O en
Las liendres:
…y entonces quiero un mal como psicópata/
que me humilla nombrarlo solamente: / que eclosionen las liendres en las cabezas de otros.
Termina
esta primera parte con un bello poema: Dictadura
financiera:
…Y es que la tiranía financiera/ interrumpe
los labios en un beso, / dispara al corazón y tumba a tierra/ porvenires de
hogar: / desbarata la casa que no tengo.
En
la segunda parte, Bellum in ómnibus
intertexto, la poeta deja aparte su vida personal y, desde su óptica, hace
un escaneo del mundo que le rodea aunque con cierto distanciamiento, así, le
duelen temas como la explotación y abusos de niños en Camboya, la guerra de
Siria, el genocidio de Ruanda, los muertos de la Guerra Civil en las cunetas, el
golpe de Estado financiero sin disparos en Grecia, Chernóbil, la reforma
laboral (trabaja más y cobra menos)… Arrodíllate, utopía, ante el César.
En
plano contraplano, la tercera parte,
vuelve a lo personal, pero con otra temática: el amor, ese gran tema; con sus ortos y ocasos, sus añoranzas,
desengaños, entregas y pálpitos.
Hay en Vikinga, en particular, y en general,
en la poesía de Isabel Pérez Montalbán un afán de elegir las palabras y las imágenes
precisas y exactas, así como de abarcar otros aspectos de la cultura, como el
cine, la música, la pintura, etc. formando un centón o intertextualidad que enriquecen
los poemas y los descargan de la dureza de los temas sobre los que tratan.
En suma, a Isabel se le tiene que
leer, pero también querer.
Ha sido un honor haberte conocido y
leído, querida Isabel.
Fantástica presentación de un libro extraordinario.
ResponderEliminarGracias Rosa
Gracias, amiga Rocío.
Eliminar